Eres pobre hasta la médula, pobre de dinero y de glóbulos rojos, pobre congénito y bienaventurado del cielo protector que mañana te hará lozano y feliz (Vaticano dixit), pero entonces irrumpen en tu pobreza unánime a las 4 de la mañana y te dan una bolsa.
Sí, son los milicos que antes venían por ti en la madrugada para sacarte a patadas y conducirte al SIE. Son los milicos que ayer se cuadraban ante Fujimori con sus pasamontañas, los que obedecían a “General Victorioso” –alias Hermoza Ríos– y los que se prestaban a lo que fuera la ocurrencia del psicópata Rivas y su grupo de aniquiladores.
Pero ahora vienen en plan de filántropos y en vez de Uzis traen bolsas con menestras y latas de conservas, arroces partidos y hasta leche evaporada. Así que, pasado el susto del despertar brutal, recibes la bolsita salvadora y dices gracias y sales en el noticiero de la tele diciéndole al gobierno que es un gesto muy bueno y que ojalá se repita.
Esta caridad entre las sombras, esta antalgina para el cáncer del hambre, este alivio embolsado, a mí me da vergüenza. Y pienso: ¿A esto se ha reducido el “pan con libertad” de Haya de la Torre? Mulder, ¿a esto? .
El Apra nació como una propuesta placentariamente marxista, como la alternativa de las clases medias ilustradas frente al dominio insomne de la oligarquía peruana. Y el Apra ha muerto como gestora de esa misma oligarquía. Lo paradójico es que quien la ha matado suavemente es el mismo hombre que la llevó, gracias a su carisma, a la cúspide. Es como subir al Everest y caer desde la cumbre convertido en bola.
Nadie sensato le pidió al Apra de esta década el retorno de los brujos y la vigencia de los programas de los años 30 (el harakiri del socialismo real tenía que ser un referente). Un corrimiento hacia el centro era esperable en aquello que vagamente pudo llamarse socialdemocracia latinoamericana. Pero es que el doctor García no se ha desplazado al centro.
Hoy, sin mezquindad de por medio, García es el líder de la derecha, el Pardo del siglo XXI, el Haya que Ravines y Beltrán secuestraron para mirar juntos el sunset desde “El suizo” de La Herradura.
¿Era necesaria tal dosis de resignación? No, no lo era. García habría podido, con el talento político que nadie le discute, sumarse al esfuerzo de Lula, Vásquez o Kirchner y ayudar a la construción de un frente que velara por los intereses comunes de esta parte tan subestimada del mundo. Porque entre las alharacas de Hugo Chávez y el virreinato estadounidense de Álvaro Uribe hay una ancha franja en la que es posible atraer inversión extranjera de pie y no de rodillas, respetar la economía de mercado sin convertirse en criada de la Confiep, crear puestos de trabajo sin aliarse con Repsol para sustraerle al Perú parte de su salario por el gas de Camisea –como acaba de denunciar Manuel López Obrador en México–.
En suma, García está haciendo de Bedoya Reyes sin necesidad. Está haciendo de Oscar R. Benavides porque le da la gana. Y –si es necesario– hará de Sánchez Cerro y Odría porque así entiende el realismo y la actualización de su partido. Nadie se ha sentido más moderno que el doctor García luciendo la levita civilista.
Ser de centro requiere de una sintonía fina que a García, cerca de los 60, parece molestarle. Más fácil es instalarse en el sistema binario que Uribe ha impuesto en Colombia (por ahora): aquí los patriotas y el desarrollo, allá los ofuscados y el estancamiento. La versión de García es igual de primaria: aquí los globalizados del internet y del grado de inversión, allá los perros del hortelano.
García quiere hacer con nuestros bosques o el gas lo que los tatarabuelos de la derecha que hoy lo mima hicieron con el guano y el salitre: hipotecarlos al extranjero y/o malbaratearlos y luego, inexorablemente, convertirlos en más desigualdad. Y lo peor es que cree que está haciendo algo nuevo. No, hombre: lo nuevo es que por primera vez en muchísimos años la derecha peruana ha adquirido un líder auténticamente popular. García ha terminado prestándole cerebro y elocuencia al grupo social que mañana se deshará de él mientras busca otro caudillo que colonizar.
¿Es el fin del Apra? Sí, es el último capítulo del proyecto reformista que pudo hacer viable al Perú.Un país que reparte bolsas de víveres de madrugada es que está herido de desigualdad y enfermo de injusticia. Un país que en los años más recientes ha crecido por encima del siete por ciento y, sin embargo, tiene que calmar el hambre haciendo de la caridad una política de Estado es un país enfermo. Y una derecha que todo lo ha copado, que gobierna sin haber ganado las elecciones y que alienta a perseguir a los descontentos empapelándolos judicialmente, es una derecha que está buscando el otro sendero (y no precisamente el de Hernando de Soto).
A pesar de las diferencias y de los años, quizás no existe libro de Haya de la Torre más vigente –por lo menos en su aspecto central– que “El antiimperialismo y el Apra”. Giremos la mirada a Irak, a Afganistán, al Irán amenazado, a la Bolivia repleta de complós atizados desde la embajada norteamericana, al Medio Oriente que es la expresión neta de la política exterior de los Estados Unidos, y preguntémonos qué es todo esto. Si algo de honestidad intelectual nos queda tendremos que concluir que todas estas invasiones y todas estas felonías de dimensión universal se parecen como una gota de agua a otra gota de agua a lo que pasó con Cuba en 1898 y con Filipinas casi de inmediato. Y hasta los historiadores norteamericanos llamaron a lo de Cuba y Filipinas “imperialismo”.
Padecemos el imperialismo más audaz y sanguinario y el doctor García ha decidido que el Apra sea dama de compañía de sus aventuras. Entre Zapata y Díaz, ha optado por el porfiriato. Y mientras tanto, las bolsas.
Fuente: César Hildebrandt/La primera.
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