Para el antropólogo Montoya Rojas las “buenas” intenciones del Gobierno en ayudar a la población más necesitada no es otra cosa que el reconocimiento de que la situación en el país es grave. Entre la inflación (de los últimos doce meses fue de 5.5 por ciento, pero el alza de los alimentos alcanzó el 9.6 por ciento) que no para de subir y el dólar que sigue cayendo, no se puede seguir sosteniendo que la economía peruana es una maravilla...
Hace más de dos semanas, a las 4 de la mañana, una patrulla del Ejército Peruano tocó la puerta de una casa en uno de los sectores más pobres de Villa el Salvador, en un cerro de arena. Un vecino -asustado
pero decidido a no callar lo que veía- llamó a RPP para denunciar el operativo militar. Una hora después, informado por la radio, el ministro de Defensa dijo que se trataba de un “operativo piloto” para repartir alimentos por encargo del ministerio de la Mujer.
Las personas que recibieron las bolsas de alimentos pasaron del miedo a la sorpresa. Hace muy poco tiempo, no más de ocho años, los operativos como éste servían para buscar a los llamados terroristas y desaparecerlos (matarlos) en nombre de la democracia.
¿Soldados repartiendo alimentos a las cuatro de la mañana? ¿Dónde se ha visto eso? Sí, era posible. No eliminaron a nadie, simplemente entregaron una bolsa de alimentos en cada casa escogida. Por el favor recibido, tasado en 25 nuevos soles (9.22 dólares) de aceite, arroz, pescado en conservas y algo más, tuvieron que firmar una planilla mostrando el respectivo documento nacional de identidad (DNI).
Para las personas que viven en la extrema pobreza, un regalito sorpresivo como ese sólo puede ser bienvenido a pesar de dos inevitables preguntas ¿Y como sabían de nuestros nombres y apellidos y dónde vivimos?, y ¿qué intención escondida habrá debajo de esta repentina bondad?
¿Fantasma del 80?
¿Fantasma del 80?
Luego de la “experiencia piloto”, el programa de distribución de alimentos está en marcha y mantiene el clandestino horario de las cuatro de la mañana para evitar que los vecinos no “beneficiados” por el programa se pregunten ¿por qué nos niegan esas bolsas de alimentos, acaso somos ricos?
El gobierno de García sonríe feliz porque la economía peruana crece como ninguna otra en América del Sur (9 % al año). Al mismo tiempo, suben los precios y la inflación vuelve a aparecer en el horizonte, despertando espantosos recuerdos de la maravillosa gestión aprista de 1985-1990 y su inflación anual de 7,000%.
Se discute aquí sobre los beneficios del crecimiento usando el verbo chorrear con la inhumana voluntad de ofrecer migajas a los pobres. ¿Hay chorreo o no? En otras palabras: ¿les llega algo de dinero, fruto del crecimiento, a los más pobres? Unos dicen sí, otros no o casi nada. Con su reparto matinal de bolsas de caridad, la ministra de la Mujer y Alan García confiesan -queriéndolo o no- que la situación de los más pobres es muy difícil y que es indispensable ofrecerles ese cristiano y caritativo apoyo.
Buscarían limpiar imagen
No es una simple casualidad que el ministerio de Defensa participe en este reparto de alimentos.
En los juicios que se realizan en Lima contra el ex presidente Alberto Fujimori y contra los responsables directos de las matanzas en Barrios Altos y en la La Cantuta desfilan decenas de oficiales del Ejército acusados de matar, torturar y desaparecer a personas, en nombre de la democracia.
Uno de ellos, el general Julio Salazar Monroe, acaba de ser condenado a 35 años de prisión por su responsabilidad en el crimen de un profesor y nueve estudiantes de La Cantuta.
Llevar alimentos de madrugada en un operativo de aparente paz y amor podría servir para cambiar la imagen de los militares, sobre todo en los barrios de pobreza extrema, donde se encuentra la mayor parte de sus víctimas.
No es la solución
Entre 1940 y 1950, comenzaron en el Perú los llamados “proyectos de desarrollo”, encargados por los gobiernos y la ayuda internacional a instituciones privadas, organismos estatales y Ongs.
Uno de los primeros fue el de Puno, Tambopata, para formar electricistas y carpinteros con jóvenes salidos de comunidades sin luz eléctrica ni bosques. Se han gastado millones de dólares y el desarrollo no tiene cuando llegar.
Si no hubiera pobreza en el país no habría circuitos externos de ayuda ni organizaciones religiosas, estatales o privadas de distribución de alimentos, ni comités del vaso de leche, ni comedores populares. Un precioso indicador de cambio económico y social en el país sería la disminución sustantiva de la ayuda alimenticia y del número cada vez menos de comedores populares.
La desaparición del PRONAA, CÁRITAS, OFASA Y CARE sería algo maravilloso para el país porque supondría que ya no habría pobres. No obstante, en vez de disminuir, la caridad se multiplica. No es buena la caridad para quienes la reciben, aunque deja una especie de conciencia tranquila en quienes la ofrecen.
A nadie le gusta ser pobre y que le recuerden esa condición con cada distribución de alimentos o de ropa de segunda mano. Tal vez la opción del reparto casi clandestino de ahora tome en cuenta este elemento de amor propio. La solución pasa por exigir y ofrecer trabajo.
Pero ocurre que no hay trabajo, que en países como el nuestro una gran parte de la población está excluida del privilegio de tener un empleo. Ya sabemos que el modo de producción capitalista produce desempleo y, por eso, ofrecer trabajo para todos es sólo un recurso electoral, una promesa incumplida.
Asistencialismo se vuelve ley en el Perú
Tenemos ya una larga historia de medio siglo en el reparto de alimentos como recurso para aliviar la pobreza. Todo comenzó en tiempos de don Manuel A. Odría, el general dictador (1948-1956) y su esposa doña María Delgado con los primeros Clubes de Madres y el apoyo de la iglesia católica y algunas iglesias evangélicas y adventistas escogidas para canalizar las donaciones de alimentos de los países llamados ricos. En tiempos de Velasco Alvarado y Morales Bermúdez, 1968-1980, resurgieron los comedores municipales. La señora Violeta Correa, esposa del presidente Fernando Belaunde (1980-1985) dirigió un programa de entrega de cocinas para los comedores. Gracias al primer alcalde de izquierda en Lima, Alfonso Barrantes (1983) surgió el programa El Vaso de Leche. Después, ya en tiempos de Fujimori (1990-2,000) se creó el Programa Nacional de Apoyo Alimentario PRONAA.
En apretado resumen, los circuitos de caridad para el reparto de alimentos son los siguientes; 1. Desde Europa y Estados Unidos a través de USAID y los diferentes gobiernos llegan los excedentes de alimentos de los países capitalistas, envueltos en papel de regalo. 2. Organizaciones de caridad de las diversas Iglesias (CARITAS, Iglesia Católica; OFASA, Adventistas, CARE, Evangélicos) que distribuyen la ayuda enviada por los países capitalistas de más alto desarrollo y la que por su cuenta consiguen entre sus propios miembros y amigos. 3. El Programa Nacional de Apoyo Alimentario PRONAA, como la central estatal de distribución de alimentos.
Fuente: Montoya Rojas/Diario la primera.
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