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viernes, 29 de abril de 2011

EL FUJIMORISMO PUSO AL SERVICIO DE LA CORRUPCIÓN TODOS LOS RESORTES DEL PODER



Como la cicatriz de Harry Potter, el pecado original del fujimorismo reaparece cada cierto tiempo en la frente de los muchachotes de Fuerza 2011 cuando el doctor Vladimiro Montesinos amenaza con hablar. Por más que los fujimoristas intenten desprenderse de la herencia del Voldemort de la Base naval, la larga sombra del asesor continuará prolongándose hasta el fin de los tiempos. El fujimorismo nació con un defecto congénito que nada ni nadie logrará borrar. Ni siquiera Keiko, con toda su simpatía.

Montesinos tiene razón cuando se indigna ante la memoria selectiva de los muchachotes de Fuerza 2011 y decide demandarlos por difamación agravada. Porque él no fue el único responsable de la orgía delincuencial de los noventa. Actuó en equipo. Tuvo un sostén político. El fujimorismo articuló de manera consciente un régimen que puso al servicio de la corrupción todos los resortes del poder. Y, pese al maquillaje, continúa anclado en una cultura autoritaria y populista que le hace daño al país. Al margen de las simpatías que pueda despertar el joven y carismático liderazgo de Keiko Fujimori, la bandera que ella sostiene en sus manos es la misma que su padre tiñó de lodo y corrupción. Sí, la misma. Porque el fujimorismo es incomprensible sin Montesinos. Y Montesinos sólo se explica por Fujimori. Son los dos rostros de Jano, el vicio y el crimen. El vicio autoritario y el crimen corrupto. Menudo par.

Por eso, aunque Keiko Fujimori se desgañite negando a Montesinos siempre terminará estrellándose con un hecho histórico: su padre es el auténtico creador del tío Vladi. Y viceversa. El peligroso ecosistema de la década de los noventa se nutrió de ambos. Algunos dirán que Montesinos es el cisne negro del fujimorismo, el lado oscuro, el Mr. Hyde que Keiko Jekyll debe conjurar. Sin embargo, la realidad es otra. En el fondo, el fujimorismo es el cisne negro del Perú, de todo el país, porque sostiene, sin arrepentimiento ni propósito de enmienda, que la mezcla en dosis adecuadas de caudillismo y populismo salvará al Perú. ¡Gravísimo error!

Esta personalidad oculta emerge cuando los fujimoristas defienden el 5 de abril, la inocencia de su líder o la sodomización impune de prensa y Parlamento. Aplaudir el régimen fujimorista implica contemporizar con el crimen. Porque Fujimori, pese a quien le pese, actuó como un criminal. El cisne negro no es una persona concreta, no es Fujimori o Montesinos. La personalidad disolvente que amenaza la estabilidad de las instituciones democráticas se configura cuando se impone una vieja tradición de cesarismo populista que se encarna en liderazgos concretos. El fujimorismo, en este sentido, es la manifestación de un mal continental.

Nadie condena el pragmatismo asistencial o la eficacia de la acción social fujimorista. Sin embargo, es imposible redimir al fujimorismo de su intento corporativo de pervertir a la República peruana. Todo lo bueno que hizo Fujimori, absolutamente todo, pudo hacerse sin violar el Estado de Derecho. Muchos fujimoristas perdonan a su líder porque forma parte de la cultura política del Perú abrazar el autoritarismo cuando éste es sinónimo de orden y progreso. Y hay fujimoristas convictos y confesos, peruanos de buena fe, que están convencidos de la bondad política de su partido. Estoy seguro que actúan movidos por un intenso patriotismo. Ellos son, sin ninguna duda, los cisnes blancos que Alberto Fujimori jamás merecerá.



Fuente: El mundo.es



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