No mucho, al parecer.
¿Querrá encontrarlo?
No es fácil decirlo.
Pero el hecho es que a la hora en que escribo esta columna Rómulo León sigue siendo un fantasma.
No siempre fue alguien tan elusivo, por supuesto.
Recuerdo que hace muchos años su entonces esposa, la honorable mamá de Lucianita, se quejó de una paliza propinada por el entonces todopoderoso ministro de Pesquería del primer gobierno del doctor García.
Eran los tiempos en que el régimen del doctor García se había dedicado al saqueo masivo de los fondos públicos. Era un robo tan extendido que parecía una confiscación basada en alguna ideología radical emparentada con la abolición de toda propiedad (empezando por la del Estado).
Se robaba con carne podrida comprada como si no lo fuera, con comisiones de todo lo que pudiera ser importado con los famosos dólares del Mercado Único de Cambios, con las licencias de importación/exportación. No era la Bolsa de Valores: era la bolsa o la vida. No era Kautsky ni Rosa Luxemburgo ni el mártir Negreiros: era una constelación de pericotes.
Y fue entonces que muchos apristas pasaron de las clases medias a la riquería. Fue el ascenso social en versión Tatán. Fue Demóstenes remedado por Carlos Enrique Melgar. Fue Hegel traducido por la Garcilaso.
En ese grupo de autoascendidos brilló, con pus propia, don Rómulo León, cuya fortuna galopó a tal velocidad que el señor en cuestión pudo darse el lujo de pasearse en Venecia con su enamorada, la señorita Ingrid Irribarren, hoy embajadora de “Claro” y de otras penumbras.
¡Cómo robaban estos hijos descarriados del frugal Haya de la Torre!
Fue la época en que “Enci” –la Empresa Nacional de Comercialización de Insumos- desabastecía sus mercados mientras vendía en el mercado negro los alimentos comprados con el dólar subsidiado. El mismo dólar intoxicado que usaron los periódicos para importar papel y la TV para comprar películas, series y equipos. Mismo México de Díaz Ordaz y Echeverría. O sea, una especie de PRI-aprismo en acción, algo así como el erotismo de lo ajeno.
Siempre me he preguntado por qué un hombre de pocos bienes y muchos libros como Haya de la Torre pudo tener de discípulos a tantos cacos de hablar rápido y terno a la medida. Y por qué un movimiento que nació para cambiar al Perú terminó siendo, en buena medida y durante el primer gobierno del doctor García (y con el doctor García a la cabeza), una banda armada dedicada a ese arte que hoy los “marcas” practican de modo tan letal. Por qué, en suma, los Rómulos y Remos venidos de los cañaverales desconocieron a Haya y optaron por la loba.
He pensado en ello y no he encontrado ninguna explicación satisfactoria.
¿O es que quizá la leyenda de un Haya austero oculta algunas cosas que nos cuesta admitir?
Es posible. Al fin y al cabo, con excepción de las migajas de sus derechos de autor, Haya siempre vivió del subsidio aprista –incluido el que brindaban algunas familias adineradas avecindadas de sus ideas-.
¿Esta cultura del hedonismo griego, del parasitismo económico y del desprecio por “los valores pequeñoburgueses” (la ética del pan ganado con autonomía, por ejemplo), tuvo algo que ver con la herencia maldita de los pisos en París, las fortunas instantáneas, la apropiación ilícita de los fondos electorales, el paso a la derecha y los ceros al mismo lado?
¿Qué relación hay entre la teoría del espacio-tiempo histórico y las cuentas millonarias en dólares de Agustín Mantilla, ex secretario privado del doctor García? ¿Cómo es que Carlos Langberg pudo llegar hasta donde llegó? ¿Y por qué los Sánchez Paredes planean ahora como una sombra sobre algunos allegados del doctor García? ¿En qué momento, en suma, se jodió el Apra?
Para el doctor García encontrar a Rómulo León será recordar a la fuerza la etapa auroral de sus fortunas.
¿Sólo recordar?
Quizá no tanto. Por algo será que ambos estuvieron hace muy poco juntos en la llamada Escuela de Gobernabilidad que el muy aprista y supermillonario doctor Chang, ministro de Educación, fundó en la San Martín para enseñar qué es eso de ser un estadista y cómo es lo de la globalización y cuánto hay de cierto en el asunto de que asistimos al parto del capitalismo de los servicios y el conocimiento. Claro que sí.
Fuente: La Primera/ Por César Hildebrandt.
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