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l tic de Santiago Martin Rivas es siempre recordado por quienes “trabajaron” con él en las carnicerías del Grupo Colina. Su nerviosismo se delata con un parpadeo intermitente cuando habla. En su testificación, en el 2002, durante el megajuicio contra Alberto Fujimori, el mayor retirado del Ejército negó los crímenes del Grupo Colina y hasta su mera existencia.
“No puedo aceptar responsabilidad de nada, no lo hice antes ni lo haré jamás”, dijo quien ha sido responsabilizado por una tenebrosa galería de crímenes, entre los que se cuentan las masacres de Barrios Altos, La Cantuta y el Santa; así como los asesinatos del periodista Pedro Yauri, su ex pareja Mariela Barreto –descuartizada– y la familia Ventosilla.
Todo lo incrimina. Desde la información proporcionada por los propios integrantes de Colina hasta los escalofriantes testimonios ofrecidos por sus víctimas durante las audiencias de la Comisión de la Verdad y Reconciliación.
El miércoles último se presentó como analista de inteligencia, incapacitado para elaborar planes operativos y negó la existencia del Plan Cipango. No tenía llegada a los altos mandos castrenses por tratarse, dijo, de un simple capitán.
Pero Rivas demostró ser poseedor de un cierto nivel cultural, conocedor íntimo del funcionamiento del aparato militar y sus nomenclaturas y singularmente elocuente.
Sus declaraciones buscaron desacreditar las revelaciones que le hizo al periodista Umberto Jara. Calificó a las entrevistas grabadas, que han sido admitidas como pruebas por el tribunal, como “ensayos retóricos de una defensa judicial” ante un eventual proceso de juzgamiento.
“Tengo un apellido dignísimo que me dieron mis padres y lo heredaré a mis hijos”. Nunca reconoció, por cierto, a la hija que tuvo con la asesinada Barreto. Pero el mayor no siempre guardó sepulcral silencio.
CARETAS accedió a sus declaraciones brindadas durante el proceso que se le siguió en el fuero militar por el caso La Cantuta en 1994, así como las instructivas que dio ante la jueza anticorrupción Victoria Sánchez a fines del 2002, luego de ser capturado.
Lo atestiguado en aquellas oportunidades difiere diametralmente con lo que sostuvo ante el periodista Umberto Jara entre el 2001 y 2002, cuando se encontraba en la clandestinidad. Mientras que en sus declaraciones ante la justicia negó cualquier vinculación con Colina, ante el periodista dejó en claro que este destacamento no sólo existió sino que cometió los crímenes que se le imputan siguiendo una política contrasubversiva establecida por el entonces presidente Alberto Fujimori.
El contrapunto de ambas versiones es revelador. A continuación las contradicciones más resaltantes.
EL 6 DE FEBRERO DE 1995 el vocal instructor castrense Hugo Pow Sang interrogó a Santiago Martin Rivas en el penal militar del Cuartel Bolívar. Cuando le preguntó sobre si conocía de la existencia del llamado grupo Colina, el mayor del Ejército dijo: “En el Servicio de Inteligencia del Ejército no ha existido ningún Destacamento de Operaciones Especiales de Inteligencia denominado Grupo Colina”.
Seis años después declaró a Jara lo contrario. “El Grupo Colina no era un grupo de militares locos que actuaban por su cuenta y hacían lo que querían. Si hubiese sido así, entonces, de inmediato, habrían dado de baja y encerrado a todos. Si no lo hicieron, si se opusieron a las investigaciones y al final dieron una ley de amnistía es por ellos; Fujimori, Montesinos y Hermoza tomaban las decisiones. No se puede hacer una guerra si no hay decisión política, más aún cuando se trata de una guerra clandestina”.
En noviembre del 2002, cuando la jueza Sánchez le preguntó si Colina contaba con respaldo de las más altas autoridades políticas y militares, Martin dijo: “no es verdad que con el conocimiento del ex presidente Fujimori y con la anuencia de Nicolás Hermoza Ríos y Juan Rivero Lazo se haya dispuesto el desplazamiento de agentes operativos del SIE para conformar el Grupo Colina”.
Sin embargo, ante Jara dejó en claro de quién era la mano detrás de este destacamento militar. “Se requiere de la orden presidencial, porque una guerra clandestina tiene un costo político y el gobernante debe estar dispuesto a asumirlo con tal de ganar la guerra contra el terrorismo. Si los militares actuásemos por nuestra cuenta, apenas se presentan los reclamos por los actos de esa guerra clandestina, el Presidente de la República ordenaría nuestra baja y encarcelamiento. ¿Por qué Fujimori no hizo eso? (...) No lo hizo porque no podía, porque era el jefe, él había decidido pagar ese costo con tal de derrotar al terrorismo”.
Ante Pow Sang dijo en febrero de 1995 que no había participado en los operativos de Barrios Altos y La Cantuta porque en las fechas que se dieron esos crímenes, él se encontraba celebrando. Sobre el primer caso dijo: “en dicha fecha estuve celebrando hasta altas horas de la noche y de la madrugada del día cuatro de noviembre, la víspera de mi cumpleaños en compañía del mayor Carlos Pichilingue, suboficiales Pedro Suppo Sánchez, Julio Chuqui Aguirre, Nelson Carbajal García y otros amigos”.
Del caso La Cantuta: “En esa fecha salí a dar una vuelta por el centro de Lima (...) después de haber cenado conjuntamente con una señorita a quien conocí por inmediaciones del local de Sider Perú, procedí a beber licor hasta aproximadamente las 23 horas. Luego abordamos un vehículo de servicio que usaba en ese entonces para ir a una diligencia a la Costa Verde, donde procedimos a beber licor hasta el día siguiente”.
Pero ante Jara, el jefe de Colina no contestó con evasivas. “Fujimori seguía el asunto paso a paso. Se enteraba y autorizaba y ordenaba los operativos. Le digo que hubo muchos. (...) pero el de Barrios Altos fue uno de importancia, y la orden vino desde arriba (...) A cada acción de Sendero que era una acción militar se iba a contestar con una acción militar que después se llevó, eso cambió y éramos nosotros los que teníamos la iniciativa”.
Poco después de esos crímenes los autoadhesivos con el rostro de Martin Rivas comenzaron a circular por Lima y comenzó a forjarse su leyenda negra. Su apelativo era Kerosene.
Fuente: El flautista de Hamelín
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